En esta ocasión, Cárdenas, Director Observatorio Iberoamericano de sociopolítica, cultura y ambiente de la U. de La Sabana, y columnista de www.universidad.edu.co, relata una experiencia universitaria con estudiantes, sobre el trabajo ambiental de una Universidad Militar Nueva Granada, desde la mirada de un profesor visitante al predio.
La primera condición del paisaje es su capacidad de decir casi todo sin una sola palabra. Konrad Lorenz.
Imágenes de una revelación en tiempos de sequía y lluvia: igual siempre un desastre, nos llueva o no nos llueva. Amén
El diccionario de la RAE en el segundo uso más utilizado de la palabra ‘revelación’ la define como: <<Manifestación de una verdad secreta u oculta>>. Voy a narrar la revelación que nos sucedió a un grupo de estudiantes de educación ambiental de la Facultad de Educación de la Universidad de La Sabana al visitar la franja de terreno que tiene la Universidad Militar Nueva Granada sobre uno de los meandros del río Bogotá en la sede de Cajicá. Vamos a referir un proceso de restauración ambiental y ecológica que debería marcar una pauta de acción ambiental a todo lo largo de la cuenca alta del río Bogotá. Me refiero a las acciones de restauración ambiental que un grupo de profesionales de la Universidad Militar Nueva Granada vienen desarrollando desde hace unos años en la margen occidental del río Bogotá, junto al borde que colinda con el Club de Golf Hato Grande.
Los procesos de restauración ecológica adelantados por la Universidad Militar Nueva Granada son un ejemplo de responsabilidad ambiental y de la implementación de acciones de restauración ecológica que deberían ser conocidos por todos los actores y autoridades ambientales, principalmente la CAR en términos de las acciones que deben realizarse orientadas a la recuperación de humedales, madres viejas y zonas de amortiguación del río Bogotá. Lo que hace la Universidad Militar, debería ser un “copy trading” o simulación de inteligencia humana en todo su esplendor para fijar pautas para el manejo ambiental de la cuenca del río Bogotá.
Todos los habitantes de la Sabana de Bogotá somos conscientes o deberíamos de serlo, de las enormes transformaciones ambientales que ha vivido el territorio. En la actualidad, Bogotá, como también los municipios que están ubicados sobre la cuenca del río, y que hacen parte de la estructura ecológica de esta cuenca, vienen atravesando por acelerados procesos de urbanización y conurbación que más allá de la retórica ambiental de todos los actores políticos, se caracteriza en suma por la acelerada destrucción de los pocos ecosistemas silvestres con los que contaba la cuenca y la Sabana de Bogotá en su conjunto. Los ecosistemas más amenazados son los humedales, pantanos o espejos de agua que existían a todo lo largo del río, particularmente en su cuenca alta y media. Estos ecosistemas se convirtieron en potreros o plantaciones de flores protegidas mediante invernaderos. Lo que llamamos naturaleza en la Sabana de Bogotá, es hoy una lejana reminiscencia de lo que fuera la Sabana de Bogotá.
El río Bogotá, como ha sucedido con la mayoría de los ríos cercanos a las grandes ciudades del país, se ha manejado bajo el criterio que éste es un alcantarillado o desagüe de aguas negras de los municipios y de la ciudad. Toda la discursividad ambiental que impulsó la ley 99 de 1993 que creo el sistema ambiental de Colombia, no ha sido suficiente: discurso sin correspondencia social es puro cuento y estafa; poco han cambiado las cosas en el plano real, si bien el discurso ambiental hace hoy parte de la agenda de todos los partidos políticos y alcaldes de la zona, pero en general no se pasa de hablar de educación ambiental o de campañas de concientización y la pelea entre concejales y alcaldes es si el plan de desarrollo debe contemplar dinero para talleres o campañas, y estos debates se llevan horas y horas de discusión. Mientras tanto los pueblos crecen y se inundan de urbanizaciones para todos los estratos. Finalmente, al río estos debates acalorados no le importan, tampoco le hacen mella.
Desde hace más de cien años los propietarios de haciendas ganaderas que colindaban con el río emprendieron acciones de construcción de diques que poco a poco fueron canalizando el río, acción que tuvo como efecto la destrucción y secamiento de los ecosistemas de humedales. Los ganaderos y agricultores “civilizaron” el territorio indómito y poco productivo; estas acciones se llevaron de largo la vida de valiosos ecosistemas, sacrificando las selvas de humedales que configuraban los ecosistemas inundables del río. Se logró la ampliación de la frontera agrícola y ganadera en detrimento de ecosistemas altamente biodiversos como el de los humedales. A la ampliación de la frontera agrícola y ganadera que se desarrolló a lo largo de un siglo, se unió la construcción de viviendas, fabricas, canchas de golf y crecimiento de suburbios urbanos cercanos a los humedales o sobre los humedales. La tecnología de tratamiento de aguas negras o residuales que existe como paquete tecnológico, en la figura de lagunas de oxidación desde hace más de 150 años, viene siendo utilizada por algunos municipios que se ubican sobre la cuenca, sin embargo, su funcionamiento técnico y eficacia es de todos sabido que deja mucho que desear. En pocas palabras, el tratamiento de aguas residuales es bastante ineficiente y le llegan al río toneladas de desechos de todo tipo. La normatividad ambiental que existe no se cumple y la CAR, como autoridad, prioriza las soluciones ingenieriles sobre las ecológicas.
Junto a ese ambiente de paisaje civilizado y gracias a la existencia de puntos ecológicos como los que maneja la Universidad Militar Nueva Granada, existen refugios de vida, que generan condiciones de protección para cientos de aves, mamíferos, reptiles, hongos, líquenes anfibios y otras formas de vida que se niegan a morir o a tener que abandonar sus hábitats salvajes dada la acción depredadora y destructora de los ecosistemas impulsada desde una racionalidad civilizada que consideramos como esplendorosa, racional, ilustrada y científica, y que está en la base del ecocidio mundial que vive el planeta Tierra. La acción “civilizada” de un modo de producción económico, cuya esencia se basa en la rentabilidad y la ganancia y cuyo motor es la ipseidad o egoísmo humano en toda su perversión se expresa como dimensión emergente en aquello que hoy llamamos naturaleza o civilización.
En la mente civilizada no existe espacio para los ecosistemas “salvajes”. Lo salvaje tiene que desaparecer para dar paso al paisaje monocultural cuya máxima expresión paradigmática es el monocultivo, las vacas o caballos pastando sobre un terreno que perdió todas sus especies originales. Las gramíneas autóctonas fueron reemplazadas por el pasto kikuyo traído de África. Los árboles nativos desaparecen para ser reemplazados por eucaliptos y pinos. La restauración ambiental impulsada por la CAR, máxima autoridad ambiental de la cuenca se organizó durante los años sesenta y setenta mediante la difusión de especies invasoras como el retamo espinoso y la introducción del buchón de agua, cuyo fin era el secamiento de lagunas y humedales.
En términos de manejo ambiental, la acción “civilizada”, “racional”, “técnica” y “científica” ha sido un desastre para los ecosistemas silvestres o naturales que existían en el río Bogotá. Específicamente para la cuenca del río Bogotá, el dragado de su lecho sin ningún tipo de consideración ecológica ambiental, ha sido el criterio de manejo técnico que ha prevalecido. Se olvidan los ingenieros que el calado destruye el lecho del río, que los diques son una opción necesaria en algunos casos, pero no tendrían que haber sido el criterio fundamental para la “canalización del río”, ya que estos cambian completamente su hidrología, acelerando el fluido del agua corrientes abajo y afectando toda la estructura de soporte ambiental del ecosistema.
En síntesis, el paisaje del río Bogotá, que algunos pueden considerar como “verde”, como expresión “de la naturaleza” es hoy un ecosistema altamente intervenido y colapsado. Los bellos campos de golf del Club Hato Grande o del Club el Rincón, representan en todo su esplendor arquetípico el paisaje cultural civilizado a la luz de las límpidas conciencias que impulsan un orden territorial que fragmenta, separa ecosistemas y destruye formas de vida que no tienen cabida en los repertorios mentales de tan ilustres y civilizados ciudadanos del mundo empresarial y globalizado. El lema es que somos ciudadanos del mundo, del mundo de los negocios fundamentalmente: Un viejo conocido me decía: −Para vender o cerrar el negocio, la venta de un reloj de cien millones de pesos, de un carro de alta gama o de un apartamento de miles de millones de pesos, hay que aprender a jugar golf.
La revelación ambiental: la dicotomía salvaje-civilizado
Junto a este paisaje civilizado, una cancha de golf hermosa, naturaleza imaginaria y espacio de juego de sectores de la aristocracia colombiana, se encuentra en la otra orilla la propuesta de restauración que impulsa la Universidad Militar Nueva Granada. Son dos paisajes opuestos, como las figuras semióticas que se estructuran en la trama narrativa de Roland Barthes o de Algirdas Julius Greymas en términos de opuestos semióticos. El primer paisaje, el más artificial he intervenido, se expresa como poderoso símbolo; refleja el imaginario territorial del mundo “civilizado”, cuyo “juego” miméticamente violento, está dado por el paisaje monocultural y el juego importando del golf a Colombia. Estamos ante un poderoso símbolo pedagógico, cuya didáctica es toda una revelación que nos permite comprender la magnitud del desastre ambiental que ha promovido las estructuras civilizadas y urbanas frente a la existencia de paisajes y ecosistemas llenos de vida, pero ignorados y no reconocidos. Estamos hablando de la artificialización absoluta de un territorio físico, territorio cognitivo y topológico. Es el juego de la uniformidad, del pensamiento lineal, del pensamiento burocrático, estatal, excluyente, la acción del poder frente al más débil, aquel que no tiene derechos, en este caso los agentes no-humanos.
El segundo paisaje, se revela como paisaje salvaje, abierto a todas las posibilidades de la vida. Es el paisaje de la vida en todo su esplendor. Paisaje y territorio diverso, hoy planeado desde la inteligencia de las ciencias de la vida y de los aportes de las ciencias de la Tierra en su diálogo biosemiótico con las formas de vida y campos de vida de especies cuya existencia no podemos comprender del todo, pero si valor y respetar desde criterios de una profunda ontología ambiental que debería marcar el horizonte de vida de las civilizaciones unidimensionales que se han impuesto en las mentes tecnocráticas y burocráticas que quieren regir el ejercicio de la vida desde estatismos de control social absolutamente demenciales.
Toda la relevancia y pertinencia del pensamiento ambiental se nos revela en las antinomias de un predio que pertenece a los militares. El orden castrense, en su vertiente académica y gracias al trabajo de biólogos, comunidad, empresarios y movimientos sociales colectivos nos ofrecen en los predios de la Universidad Militar Nueva Granada una experiencia educativa que es reveladora en un profundo sentido “místico” y “religioso”. Como estudioso de temas ambientales, ese minúsculo punto ecológico que ha restaurado la Universidad Militar sobre el paisaje nos permite afinar años de reflexión ambiental en un diálogo cuya semiosis es infinita en tanto posibilidades académicas, científicas e institucionales. Me explico en la siguiente cita, que aclara los sentidos de lo expuesto:
Se afirma como posibilidad para la restauración ambiental, su articulación a una teoría del signo, (Nuestro amado Peirce) – que tiene un potencial grande, y que incluso puede enriquecer los postulados científicos de autores contemporáneos muy prestigiosos, tales como Gregory Bateson y Claude Lévi-Strauss, y en los aportes de estos, en su capacidad para captar y construir de manera rigurosa procesos explicativos e interpretativos referidos a la ecología de la vida y de la mente. Tanto la semiótica de Peirce, como la ecología de la mente de Bateson, y la antropología estructuralista de Lévi-Strauss expresan marcos conceptuales que desmantelan la distinción tradicional que se ha mantenido en lo referente a la relación dualista entre mente y naturaleza. Tim Ingold afirma que para Lévi-Strauss la mente recupera información del mundo mediante un proceso de descodificación; por su parte para Bateson, la mente está abierta al mundo en un proceso de revelación (Ingold, 2008: 9 citado en Cárdenas, 2016). Los descubrimientos de estos autores son trascendentes, ya que se viene dando desde hace dos o tres décadas, todo un replanteamiento sobre el papel de la vida y de la cognición de animales y del ser humano sobre la realidad. Como señala Ingold, la psicología hasta hace tan sólo dos décadas, asumía que la gente percibía el ambiente que lo rodeaba mediante la construcción de representaciones del mundo en procesos cognitivos que sucedían dentro de sus cabezas. Se suponía que la mente se ponía a trabajar en la materia rudimentaria de la experiencia que consistía en sensaciones, luz, sonido, presión sobre la piel, etc., que se organizaba en un modelo interno, que a su vez podía servir como guía para las acciones ulteriores…En el presente texto se afirma, que la lectura triádica de Peirce enriquece el análisis, al formular categorías que establecen las bases para una teoría de la cognición y la significación, que corrige muchas de las concepciones científicas que han tenido sobre la realidad y el comportamiento de los fenómenos al reducirlos por ejemplo a un antropocentrismo jurídico ligado al tema del orden sin referencia a la teoría del caos. (Cárdenas, 2016).
El paisaje emergente salvaje que nos ha sido revelado es profético y marca una pauta soteriológica que sacaría a Colombia de la violencia estructural y de las violencias híbridas, cuya combinación de todas sus formas de lucha, asfixió al hombre y a los ecosistemas naturales.
Referencias
Cárdenas Tamara, F., (2016). El signo paisaje cultural desde los horizontes de la antropología semiótica. AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana, 11(1), 106-129.